de Angelo Mazzei Di Poggio
Aún la niebla esconde los contornos del paisaje y desde mi ventana no se ve el mar. Que el positivismo haya irrumpido en nuestras vidas, despojándonos de la sacralidad del pensamiento, se nota ya en el lenguaje cotidiano y en la habitual difusión de aquello que damos por sentado. Nos ha robado la palabra y, con drástico desdén, sentencia a cada uno de sus prejuicios: “¡Es científico!”, como si el amor que mueve el planeta y los átomos de memoria dantesca y empedocleiana hubiera llegado a su fin.
En nombre de la Ciencia, se impone un nihilismo insidioso que socava toda teología, negando el elemento divino y erigiendo la apoteosis de lo desnudo y crudo. Las emociones ya no revelan la íntima descendencia del ser humano de un proyecto que lo precede y lo sobrevive en la dimensión de lo eterno. Lo efímero se establece como fundamento sistemático y reconfigura la estructura temporal.
Todo debería ser repensado con cerebros nuevos, menos protagonistas, mentes abiertas a la idea ancestral de no ser más que nodos de flujo, interruptores, puntos de paso de una Sola Gran Mente Universal que todo piensa en nuestro nombre. Y aún con Deleuze: ¿qué ha sido hoy de la «inmaculada concepción» y de su concepto, el concepto que genera, pero también ella misma como concepto? Un acto de concebir que no esté corrompido por la propiedad específica del pensador, sino que sea absolutamente libre e independiente de un sujeto de carne y hueso, totalmente pertinente a la dimensión no antropocéntrica, y finalmente liberado de la conjugación verbal de la primera persona del singular. Una concepción y un concepto, pero también la noción en cuanto tal, sin necesidad de “ni de ti ni de mí”. Hegel dice en la Enciclopedia (3ª Sección, IX La Noción, §160) «… que lo Absoluto es la Noción. [y que] Esto requiere una estimación más alta de la noción, sin embargo, en comparación con la que se encuentra en la lógica conceptual formal, donde la noción es una simple forma de nuestro pensamiento subjetivo, sin un contenido original propio». Es mi interpretación aquí la que subraya la no propiedad del “nuestro”, gritándolo en letras mayúsculas, plural que, no obstante, siempre queda atrapado en la soberana ilusión de una primera persona, una ‘maiestatis’ que no se da en el reino del Pensamiento—Pensamiento que es la única de las reinas.
Mientras tanto, pensemos que es mejor huir de aquí antes de que el invierno se manifieste definitivamente y el calor se convierta en patrimonio de los ricos.
17 octubre 2024
